Curadora, investigadora y docente

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Curadora, investigadora y docente

“Temblor” 13 Bienal Artes Mediales.

Co-curatoría 13 Bienal Artes Mediales

Curatoría Carolina Gainza, Pedro Donoso, Valentina Montero, Mariagrazia Muscatello, Sebastián Riffo, Enrique Rivera.

En su 13 versión, la Bienal de Artes Mediales tomó como eje curatorial el “Temblor” como concepto que abarca tanto la complejidad de los fenómenos telúricos, la naturaleza y las repercusiones simbólicas que éstos tienen en nosotros. “No existen los desastres naturales, sólo nuestra incapacidad social para adaptarnos a la realidad geológica y climática de la tierra. El desastre es humano, al convertirse en una especie de plaga consumista que arrasa y contamina en pos del progreso. Trabajar en torno a este contexto convierte a la 13° Bienal de Artes Mediales en un dispositivo de reflexión crítica respecto a nuestro papel como especie dominante y en inevitable autodestrucción” (texto curatorial).

Texto Curatorial

Infraestructuras imaginarias en movimiento
Valentina Montero

En su decimotercera edición, la BAM quiso invitar a distintos creadores (artistas, músicos, curadores/as) a reflexionar sobre el concepto de temblor. Quizás, inconscientemente, se trataba de una fórmula para conjurar la carga simbólica que el número 13 encierra en la cultura popular, asociado a la mala suerte, al desastre, al fatum. Para esta bienal, el temblor no solo se pensó como concepto para aludir a lo que los movimientos tectónicos arrastran consigo; miedo, desastre, tragedias, sino también a los estados psíquicos o emocionales que caracterizan momentos de crisis a nivel personal y colectivo, y a la coyuntura temblorosa que atravesamos, como seres humanos, ante los veloces y drásticos cambios que experimenta el medio ambiente como consecuencia de nuestra indolencia o complicidad ante la inercia del sistema económico imperante.

Si pensamos en el temblor como tema, podríamos caer en la trampa de contentarnos con ilustrar los movimientos telúricos y sus efectos, y reproducir con ello las imágenes de catástrofe y tragedia que acompañan el despliegue imaginario mediático que se ha ido construyendo en Chile, sobre todo desde el terremoto del año 2010. A nivel global, particularmente el nuevo milenio, se inauguró con una intensificación radical del poder de la imagen a partir de su circulación en soportes digitales, lo que trajo consigo la multiplicación de la imagen del desastre como temática. Si durante buena parte del siglo XX, la visualidad técnica saturó nuestras retinas, y de paso anestesió nuestras conciencias, con imágenes intolerables como llama Rancière (2010) a las fotografías de la hambruna en África, las bajas de civiles en las guerras o las deformidades de los habitantes de Chernobyl, las imágenes que escupe el siglo XXI están acompañadas de un rumor apocalíptico cada vez más ensordecedor. Primero en torno al eventual colapso informático del 2000; los videos y fotografías transmitidos en tiempo real, desde varios ángulos distintos del atentado a las Torres Gemelas; luego, los delirios histéricos que hacían eco de las distintas profecías que anunciaban el fin del mundo; y hoy, más convincentes, las imágenes de los desastres mal llamados ‘naturales’, cuya potencia y aparente furia apabullan la elegía romántica del sturm und drang entonado por el hombre (así, en masculino y singular) ante la constatación de que el contrato de relación entre naturaleza y sociedad está haciendo crisis y que esto es grave.

Más allá de la obscena (y rentable) representación mediática, el temblor o terremoto como conceptos, dejan de ser solo un fenómeno natural que acontece cada tanto, para pasar a ser, al mismo tiempo, un signo complejo. Sería difícil ignorar que la cualidad telúrica de algunas zonas del planeta ha ido determinando e imprimiendo una identidad particular en las sociedades que las habitan. A su vez, la condición sísmica con la que convivimos, se ha vuelto por extensión un rasgo en el que se reflejan la inestabilidad de las instituciones, la fragilidad de los proyectos políticos y, al mismo tiempo, la manera en que a nivel psico-social se ha ido construyendo una actitud de resistencia a los cambios drásticos (para bien y para mal). Probablemente para nuestra generación, el terremoto del año 2010 sea el más significativo, pues desde su saturado alcance mediático nos permitió advertir las profundas fracturas que el sistema económico chileno ha ido agudizando en nuestra sociedad. Al mismo tiempo, el temblor o terremoto pasan de ser un acontecimiento geológico o un accidente íntimo y social, a constituirse en metáfora de un estado del ser, donde la inminencia del derrumbe hace visible un presente telúrico, nervioso, expectante que, de paso, derriba esa artificiosa frontera epistemológica que hemos construido entre los conceptos naturaleza y cultura, materia y discurso.

Considerando estos aspectos y también las fisuras, ambigüedades o sospechas que el adjetivo medial despiertan al día de hoy, y al momento de seleccionar proyectos para esta edición, mis intenciones apuntaron a plantear interrogantes relativas a la relación entre el temblor y su representación mediada por aparatos tecnológicos, y a la superación de la dicotomía entre materia y discurso. Este deseo implicaba el desafío de eludir la mera ilustración y preguntarse de qué manera la hibridación entre arte, ciencia y tecnología puede permitirnos iluminar zonas que no son evidentes a simple vista, y conseguir ahondar en aspectos más complejos inscritos en nuestra relación con la naturaleza y su materialidad, inspeccionando qué reflexiones suscitan, qué sentimientos o emociones participan y qué nuevos conocimientos pueden ser aprehendidos.

Es por ello que me interesó convocar a artistas cuyos trabajos estuvieran en permanente diálogo con las herramientas y las materialidades que emplean, cuestionando los sistemas de representación desde la experimentación con los medios mismos en relación a sus usos sociales, sin desconocer el lazo que nos conecta con otros agentes o actantes de nuestro entorno. Una de las características de muchas prácticas artísticas que combinan ciencia y tecnología en sus propuestas experimentales, radica en reconocer o develar lo que según la Teoría de Actor en Red, (TAR o ANT, según su sigla en inglés) se puede nombrar como el ensamblaje socio-técnico implícito entre humanidad y tecnología (Latour, 2005). Desde este enfoque, la ANT, y en sintonía con lo que se ha denominado como neo-materialismos (Barrett & Bolt, 2013) o enfoques posthumanistas (Barad, 2003), busca, además, hacer visibles las relaciones materiales y semióticas entre tecnologías, humanos y no-humanos organizados reticularmente. Desde el reconocimiento de nuestras interacciones con la naturaleza, manifestadas en operaciones de dominio, resistencia o pasividad, olvidamos que los humanos somos, a su vez, parte de la naturaleza y que, por tanto, estamos imbuidos en una relación dialéctica y fluctuante que no distingue dicotomías, pues integraría una ‘red sin costuras’, como dice Latour, citando a Hughes (2001).

Bajo el enunciado Infraestructuras imaginarias en movimiento me interesó convocar obras y proyectos que respondieran a la pregunta sobre la condición sísmica, desde una reflexión sobre sus cualidades materiales, visuales, kinestésicas, sonoras y también discursivas (a nivel científico y poético), intentando indagar en las posibilidades de acceso a un conocimiento, o un reconocimiento, de las estructuras físicas y las infraestructuras imaginarias que subyacen a los fenómenos que reconocemos como naturales.

Es en esa dirección, e intentando mantener la vocación de riesgo que ha caracterizado a la bienal desde sus inicios apostando, cuando se ha podido, por artistas emergentes y obras experimentales en el estricto sentido de la palabra, es que invité al colectivo Los Electros, integrado en esta ocasión por Margarita Gómez, Camila Colussi y Carla Motto, quienes construyeron una suerte de escultura cinético-sonora dentro de una de las salas del Centro Nacional de Arte Contemporáneo de Cerrillos. Después de pasar varios días, e incluso noches, en la sala de exposición, convertida en improvisado taller, dieron forma a la pieza Las notas matemáticas llenarían el espacio entre nosotros y las estrellas en la que, mediante un complejo mecanismo de poleas, celdas fotosensibles, circuitos electrónicos análogos y amplificadores, intentaron indagar en los ciclos del movimiento del planeta; la relación entre el fenómeno tectónico y el comportamiento del cuerpo humano ante la inminencia del aparente descontrol que acontece al momento de desencadenarse un evento telúrico. El montaje y construcción de la pieza constituyeron una instancia de investigación en sí, en la que ponían a prueba la reacción de los materiales, permitiéndoles observar los comportamientos aleatorios que se desencadenan en la naturaleza y que en la pieza se recreaban dada la utilización de circuitos análogos que en su descalce generaban sutiles aberraciones, cambios de timbre y volumen.

Como un intento de comprensión de los fenómenos naturales a través de la representación digital, invitamos a la bienal a otro colectivo, esta vez de científicos: Seismic Soundlab, compuesto por un geofísico, un astrofísico y un diseñador de sonido e imagen, con base en la Universidad de Columbia en Estados Unidos. El colectivo investiga eventos geológicos como tsunamis y terremotos, a través de la sonificación y visualización de datos, entendiendo el trabajo multidisciplinar y su resultado acústico y visual, como una estrategia para generar conocimiento de manera sensorial y no solo desde los datos. Seismic Soundlab parte de la hipótesis de que la visualización y sonificación de datos nos permiten entender sensorialmente que los movimientos sísmicos son un fenómeno natural que no tendría por qué ser dañino en sí mismo. A su juicio, los terremotos se suceden en un tiempo geológico que excede el tiempo humano, por eso a veces perdemos de vista su posibilidad al momento de planificar ciudades y viviendas.

También dentro del plano de la representación, pero con un sentido analítico respecto a los usos tradicionales de la reproducción de imágenes de eventos sísmicos, invitamos a la artista Paloma Villalobos, quien ideó un montaje para mostrar tres fragmentos escritos que provienen de su investigación doctoral Chile y los desastres sísmicos: reescritura de las narrativas visuales, presentada en 2017, en la Universidad Complutense de Madrid.

Esos textos escogidos reflexionan sobre fotogramas capturados de videos, traspasados a diapositivas para esta muestra, que refieren a tres grandes eventos sísmicos seguidos de tsunamis: Costa Índica 2004 (9,1 grados), Chile 2010 (8,8 grados) y Japón 2011 (9 grados). Villalobos ha inspeccionado estos registros hechos para la televisión o documentales, realizados por testigos anónimos o cámaras de vigilancia, y que hoy navegan o naufragan en la red. Esto, con el fin de acercarlos a una orilla de sentido que le permita entender la relación entre representación, memoria y acontecimiento, preguntándose acerca de “ese permeable límite entre cuerpo y aparato, cuando el sujeto tiembla por el sismo, cuando la imagen tiembla por el sujeto o cuando la imagen tiembla por el sistema de control al que está sometida”, según palabras de la propia artista en el librillo que hacía parte de la muestra, junto a un también tembloroso y errático proyector hechizado para esta bienal por los artistas Christian Oyarzún y Sebastián Lasker, para permitir su automatismo. Mientras Villalobos se detiene en la imagen técnica como huella de la agencia de los propios aparatos; la artista peruana, Maya Watanabe, nos ofreció en su video instalación Earthquakes un díptico en el que observamos dos perturbadoras escenas que se dan la espalda. En una cara, vemos el acontecer de lo que parece un desastre natural desde la normalidad al colapso, y por el otro lado, asistimos a ver lo que estaba fuera de campo en la primera cara: la construcción artificial del desastre. El video, presentado en loop, alude a la naturaleza cíclica de los acontecimientos y también funciona como una metáfora de los dispositivos tecno-sociales que, solapados, diseñan la coreografía del desastre.

Tampoco quisimos abandonar el aspecto testimonial que el tema propuesto espontáneamente suscitaría. Es así como los artistas illapelinos, Estefanía Muñoz y Francisco Belarmino, realizaron para su proyecto Réplicas una serie de piezas a partir de una residencia en la ciudad de Amatrice, Italia, localidad que en el año 2016 fue sacudida por un fuerte terremoto que dejó en ruinas su casco histórico, apenas un año después de que la ciudad de Illapel resintiera un terremoto de características similares. Casi a modo de introducción a su proyecto, los artistas realizaron un video en el que unieron digitalmente las grietas de ambas ciudades, empalmando en una sola eterna y gran grieta dos ciudades lejanas, advirtiendo de paso, ominosamente, la potencial destrucción del propio muro del edificio donde el video era proyectado. Abandonando el mero registro documental de los relatos de los testigos de los terremotos, Belarmino y Muñoz ahondaron en los quiebres y heridas que estas catástrofes dejan no solo en la arquitectura, sino también en la memoria de los habitantes de estas localidades. Su trabajo no se detuvo en las personas: los propios medios de reproducción de las imágenes se convirtieron en informantes. En un ejercicio de apropiación o post-fotografía, los artistas hicieron capturas de pantalla desde la aplicación Street View ofrecido por 4113 bienal de artes mediales Google Maps, el cual aún conserva las imágenes de ambas ciudades intactas hasta antes del terremoto, lo cual parecía anunciar a través del glitch que genera su navegación actual, la inminencia del derrumbe, como si el inconsciente óptico al que se refería Walter Benjamin, también tuviera cualidades proféticas a nivel algorítmico.

El vínculo con la comunidad, la reflexión sobre la relación entre materialidad y memoria, son aspectos que también acompañaron a otro de los proyectos artísticos convocados, cuyo desarrollo implicó un arduo y complejo proceso. Se trata de la pieza Diastrofismos, diseñada y ejecutada por la chilena Nicole L’Huillier, el mexicano Tomás Sánchez Lengeling y Yasushi Sakai de Japón, entonces, estudiantes del magíster en Media Arts & Sciences en el MIT Medialab. Sus nacionalidades no son un dato trivial. México, Chile y Japón son países distantes, pero marcados por una similar historia sísmica. Su propuesta consistía en la construcción de una instalación audiovisual electroacústica que utiliza un sistema modular, para enviar imágenes por medio de patrones rítmicos. Inicialmente, estos patrones serían percutidos sobre una roca, pero a medida que la investigación avanzaba, los artistas conectaron con la Fundación Proyecta Memoria, organización que preserva y pone en valor los escombros tras desastres socio-naturales, quienes gestionaron el acceso a un vertedero, donde se pudieron recuperar restos de las ruinas del edificio Alto Río de Concepción, el cual se desmoronó después del terremoto del 27F de 2010 (uno de los de mayor magnitud del que se tenga registro). Siguiendo a Manuel Delanda (2012), podemos considerar al escombro como actante de un devenir cíclico: su historia comienza como silenciosa amalgama de minerales, flujos de hierro, piedra caliza, agua, grava, arena que luego son transformadas por las manos de obreros, grúas, electricidad, indicadores económicos, emociones, contratos, notarías, en murallas de un edificio que contiene biomasa humana. El edificio se destruye, se fragmenta y sus partes vuelven a la tierra, enmudeciendo otra vez para luego ser desenterrados, trasladados y convertidos en artefacto, monumento, contenedor de la memoria de un suceso, haciendo sensible el ensamblaje de factores (materiales, humanos, tecnológicos, inorgánicos, culturales) que participan en los fenómenos espaciales; y por otro lado, permitiendo imaginar formas de comunicación alternativas para tiempos de crisis.

Artistas — Maya Watanabe (PE) Estefania Muñoz y Francisco Belarmino (CL) Nicole L’Huillier (CL) Tomás Sánchez Lengeling (MX) y Yasushi Sakai (JP) Paloma Villalobos (CL) Seismic Soundlab (USA).

3 octubre al 25 noviembre 2017
Santiago, Chile