No pude observar estas fotos. Me bastó una sola mirada fugaz para cerrar automáticamente los ojos y sentir que me faltaba el aire. La carne humana en trozos no es ni bella, ni sublime: es horrorosa, así, sin más… Hay quienes han tratado de eufemizarla de manera paródica, caricaturesca, alegórica; maestros como Joel Peter Witking le han otorgado un estatuto neo barroco, utilizando cadáveres o restos de, como si se tratara de piezas de un bodegón renacentista o de un grabado gótico; una famosa exposición que itinera por el mundo nos muestra cuerpos sin vida congelados en formol para exhibir desde un punto de vista casi pedagógico los secretos de la anatomía humana. En las artes visuales desde Brueghel o El Bosco, hasta cualquier muestra de World Press Photo las escenas de tortura o asesinato, en las que se exhiban entrañas y sangre de manera realista –aún bajo una estética neoclásica- dejan espacio, aparte del morbo, para cierta reflexión sobre la caducidad de la materia, la trascendencia, la muerte con mayúscula, y bla bla bla. ¿Qué hay de todo eso en estas fotografías de Marisa Niño? A primera vista, pensé que se trataba de una autopsia. “Son cirugías plásticas”, me indicó la autora. ¿El plástico aplacaría la repulsión? Volví a mirar, de reojo…
Desde los 90, la artista francesa Orlan se ha sometido voluntariamente a muchas operaciones estéticas para recrear en su propio cuerpo algunos estereotipos de belleza. Mediante una estrategia performática que implicaba reflexiones a nivel estético-político, se consagró rápidamente como un referente artístico contemporáneo (dolores y suturas sí que le valieron la pena). Pero en estas fotografías no hay “performance”, no hay puesta en escena, se trata de seres reales. Ignoramos su contexto, su historia; conocemos sus abdómenes y glúteos cercenados y tajeados voluntariamente; un rostro adormecido o atontado por la anestesia mientras modifican su apariencia con una rinoplastia o un implante de silicona. Sólo sabemos una cosa: quieren ser bellos. Marisa Niño –malvada- los inmortaliza justamente en el reverso de sus deseos: nos muestra lo que no queremos mirar y ellos tampoco (supongo). Las fotos de este proceso no pretenden sublimar nada. Economía retórica. No hay claro-oscuro, no hay blanco y negro, ni sepias, no hay satinados, no hay desenfoque. Ni siquiera un ángulo ingenioso que nos haga imaginar una cosa cuando en realidad es otra. Aquí el significante es significado. La iluminación de la fotografía nos violenta; no quiere que nos perdamos detalle. Su lente es antes pornográfico que documental. Destrezas quirúrgicas, coágulos, filos, cortes, hematomas. El quirófano es un escenario sin metáforas. El referente se desborda del cuadro en un solo parpadeo del observador. Cerramos los ojos, apretamos los dientes ¿Qué es esto? No queremos saber y volvemos a mirar, o como yo, acaricio con un respingo mi nariz larga, respiro aliviada y me alejo para siempre de estas fotos que espero olvidar una vez concluya este texto.
Las fotografías de Marisa Niño, se mostraron provocando impacto, en la ciudad de Santiago de Chile durante el mes de julio.
Valentina Montero
BCN, 2010