Tanta Cosa

Cicatriz

Cicatriz
Exposición Marisa Niño
Matucana 100,
Santiago de Chile

Somos una sociedad analgésica, no sólo buscamos silenciar el dolor del cuerpo, como experiencia física, sino también su recuerdo. Así como los cementerios contemporáneos sustituyeron tumbas, estatuas fúnebres, laberintos y mausoleos, por césped recién podado cada vez más parecidas a canchas de golf, el dolor y su historia se silencian, se sacan de nuestra cartografía corporal. No queremos lápidas, ni memoriales.

La vanidad esconde una urgencia. Las arrugas son el pliegue en el que la muerte esconde sus reflejos…lo sabemos. No queremos ver la evidencia de una vida de risas y llantos, de accidentes ni dolor. Intentamos borrar de nuestro rostro y nuestro cuerpo la escritura de una historia.

Una sociedad amnésica necesita de la cosmética; necesita borrar el pasado con maquillaje o artificio. Entonces, bisturizamos las grietas que el tiempo dibuja en los rostros, maquillamos la mancha, disimulamos la ojera, adelgazamos el exceso, opacamos el brillo del sudor… No queremos recordar el sufrimiento; no queremos recordar las marcas. La cicatriz no se muestra. Porque por ahí se cuela un pedazo de esa historia que preferimos olvidar. Si nos recordamos, queremos hacerlo como seres felices.

¿Desde cuándo empezamos a sonreír a la cámara? ¿…A decir whisky y poner caritas?

La cicatriz es la costura de un dolor, de un atentado al cuerpo; la cicatriz es como un ojo de párpado semiabierto. La cicatriz se vuelve el ojo del relato del cuerpo. Su pupila y su temblor será el secreto: un accidente, un intento de suicidio, una enfermedad.

Algo nos mira desde la cicatriz.
Algo que no queremos mirar a los ojos nuevamente.
La cicatriz es el testigo, el informante del accidente, del el suicidio frustrado, del paso de la enfermedad. La cicatriz es delación y profecía, a la vez. Nos recuerda el crimen y nos adelanta que ese crimen volverá a ser consumado: el crimen irremediable es el cuerpo que cae, que va a pérdida, que envejece, que se enferma. La cicatriz nos recuerda que la piel es bella, pero frágil: se rompe, se corta, se arruga, desaparece.

La fotografía nos quiere ver felices, sanos.
¿Desde cuándo empezamos a sonreír a la cámara? A decir whisky y poner caritas? Hoy, tiempo en el que nos sacamos mil fotografías al año, seleccionamos la mejor foto para mostrar a los amigos, jugamos con el photoshop a esconder la mancha; escojemos la fotografía que mejor responde a nuestros deseos de ser vistos.

El trabajo fotográfico de Marisa Niño se distancia de esa compulsión, para ofrecernos un inventario de fotografías en donde la cicatriz se hará rasgo de identidad, documento de verificación, signo de puntuación en una vida.
Por su cámara ha retratado a más de doscientas personas que voluntariamente han accedido a mostrar esas marcas. No sólo han posado, también han encontrado una oportunidad para narrar la historia de sus cicatrices… un accidente, una operación.. historias contundentes e historias cotidianas desfilan ilegibles en cada escritura que la sutura de un médico o de la propia carne ha dibujado en esas pieles.

La fotografía como dispositivo es también, como la cicatriz, un delator. La fotografía como el cirujano, utiliza un bisturí para cortar un pedazo, juntarlo con otro y armar una historia, un relato, un cuerpo.

Las fotografías de Niño no estetizan nada. No hay maquillaje fotográfico, ni pose. No quisiéramos sus fotos sobre nuestro sillón.

Valentina Montero

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